(traducido por Sinfo Fernández Navarro)
Muros
Protesta en el Día Internacional de las Mujeres, checkpoint Qalandia, Cisjordania, 7 de marzo de 2015. (Crédito: Faiz Abu Rmeleh/Activestills.org)
Palestina
No muy lejos del Muro construido por Israel sobre tierra palestina para humillar a los palestinos, hay muros que Israel echa abajo para convertir las casas en polvo. Esos muros que sostienen los techos son los refugios de un pueblo al que se ha despojado de su eje, al que se ha obligado a caminar encogido, siempre temeroso de las balas de los colonos o de las esposas de los soldados. Los muros de las prisiones están hechos de piedra. Los muros de los asentamientos están hechos de piedra. Pero los muros de los hogares de los palestinos están hechos de esa extraña combinación de miedo y resistencia. Miedo de que los cañones del colonizador los atraviesen, pero existe una resistencia que reconoce que los muros de las casas no son los muros reales y que los muros reales están hechos de fortaleza y perseverancia.
Los Estados miserables están huecos debido a su insensibilidad e injusticia. Es imposible defenderlos, salvo por la arrogancia de las armas. Cuando una excavadora llega ante una casa, es la excavadora la que vencerá, pero es la casa la que permanece viva en los corazones y en los sueños. Las excavadoras provocan miedo, pero no utopía. Una utopía no puede construirse a través del miedo. Tiene que construirse mediante el entusiasmo del amor. Los Estados miserables, como Israel, no pueden construir una utopía de amor en la tierra que ha quedado desfigurada por un robo brutal. Incluso después de arrancar los olivos, sus huertos huelen aún a aceitunas y persiguen al colono con los ojos del pueblo que plantó esos árboles.
Cachemira
Un día, el primer ministro indio envió más tropas hacia una zona del mundo que quizá sea la más intensamente vigilada del planeta. El despliegue de tropas de la India en Cachemira es del mismo tamaño que todo el ejército pakistaní. El primer ministro indio está ansioso por anexionarse plenamente Cachemira y ponerla bajo su control, sin permitir que la región tenga ninguna autonomía, mientras espera algo definitivo para sus sesenta años de limbo. Detiene a todos los dirigentes políticos, clausura la prensa e internet y mantiene de hecho arrestados a los ocho millones de personas que viven en ese Estado. Incluso cuando sobreviene un terremoto, sus teléfonos permanecen silenciosos. Las familias que desean comunicarse entre sí ya no saben si enviar mensajes a través de las palomas.
Los días pasan pero las noticias de Cachemira no llegan. El silencio no es propio de Cachemira. Los pájaros continúan cantando, las personas salen a las calles en pequeños grupos para protestar, el ejército se despliega en derredor suyo, con los dedos colocados en los gatillos. Cuando comienzan los disparos, tanto las personas como los pájaros se dispersan con miedo, pero el soldado sabe que volverán. Hay un muro alrededor de Cachemira, pero los pequeños muros de las casas se convierten en refugio, y es desde estos pequeños muros que la gente desafiará de nuevo las calles.
Cuba
Las casas de La Habana son muy a menudo apartamentos situados en edificios cargados de historia y moho, evidencia de la antigua herencia española y de las inundaciones dejadas atrás por los huracanes. En el exterior de esas paredes, los murales cuentan historias que van desde la icónica imagen del Che hasta las infinitas declaraciones de independencia. Venceremos, Viva Fidel, Hasta la Victoria Siempre… Son los latidos de una revolución. También hay dibujos caprichosos, comentarios humorísticos sobre la complejidad de la vida en una pequeña isla que los yanquis llevan intentando asfixiar desde hace sesenta años.
A media hora a pie de la Plaza de la Revolución, donde la voz de Fidel aún parece escucharse, y yendo hacia el Malecón, se pasa por esas casas. En el Malecón, el océano Atlántico salpica La Habana, donde durante generaciones hubo un embargo contra la vida. Tan pronto como los barbudos entraron en la ciudad, los yanquis construyeron un muro en el océano. Un muro que daba la vuelta a la isla, bloqueaba sus puertos, en el intento de evitar que respirara. Pero la isla empujó la membrana de este bloqueo y empujó hacia afuera hasta que pudo ver el horizonte de su socialismo. El yanqui alberga todavía los mismos planes y resentimientos por la isla que no se rindió. Sus muros de agua lavan el Malecón y las olas elevan muy alto la belleza de su risa infinita ante el concepto de muro.
Occidente
Otros océanos, ríos y mares se convierten en muros para contener a los migrantes y arrastrarlos hasta la muerte. Entre el Río Grande y el Mediterráneo se extiende una tumba inmensa. Fue ahí donde millones de esclavos murieron cuando eran conducidos para explotarlos trabajando. En los dos extremos del Atlántico hay dos aguas, un río y un mar, que tienen el deber de contener la avalancha de personas desesperadas que huyen de guerras que no han creado. Los guardias fronterizos son las mareas y las corrientes, un uso letal de la naturaleza para aplastar a la humanidad.
Barcos con armas cruzan estas aguas, rompen estos muros y les entregan a una fealdad que combate sus propias guerras. El perímetro de Gaza no es un mar, un río o un océano. Ni siquiera es una línea en la tierra. Es alambre de espino y una mueca de sonrisa. Es el sonido de disparos y amenazas. Es lo que define a Occidente. Un muro de dolor, un muro de vergüenza, un muro que no existe.
Un muro solo existe si no lo desafías. Si te yergues frente a él, el muro no es más que tierra que puede desmoronarse. Si resistes, no te quedarás bloqueado tras él. Es a los inhumanos a los que el muro retiene. Es a quienes se esconden detrás del muro. Es su muro. No es nuestro muro. Nosotros vivimos en un mundo sin muros.