El muro del tiempo en el campamento de Moria en Lesvos

Oli Oliva

El muro del tiempo en el campamento de Moria en Lesvos

Campo refugiados de Moria, Lesvos, agosto 2019. (Crédito: Oli Oliva.)

Escribo estas palabras sentado en las escaleras que dan acceso a la Plaza Syntagma, con el parlamento griego a mi espalda y rodeado de turistas sacando fotos que satisfacen su ansia de poder medido en cantidad de monumentos visitados y likes conseguidos. Diez años atrás, esta plaza fue el escenario de las luchas y reivindicaciones de la sociedad griega contra los recortes que impusieron los poderosos, símbolo que tomamos como ejemplo desde el movimiento 15 M (1), cuando tomamos la Puerta del Sol de Madrid y otras muchas plazas del resto del mundo, para organizamos contra los mandatos de la Troika. Ahora es un escenario más de la turistificación, impasible ante la injusticia que se vive en unos campos de refugiados y refugiadas a unos cientos de kilómetros de aquí. Me coloco los auriculares, con música al mínimo volumen para escuchar el sonido de la calle y, a su vez, separarme de la gente que ni sabe ni quiere aprender una palabra en griego, de quienes me quiero sentir alejado, aunque realmente no sea tan así ya que hay distancias vitales mayores.

Tomar una fotografía dentro del Campo de refugiados y refugiadas de Moria, en la isla griega de Lesvos, me ha llevado varios días; este acto marca la diferencia entre quienes estamos detrás y quienes quedan delante del objetivo de la cámara. Y la diferencia es grande: llegamos aquí con nuestros problemas del mundo acelerado y nos permitimos rechazar la carne y criticar el uso abusivo del plástico, cuando si lo hiciéramos en las proporciones que lo hacen las personas migrantes, nos miraríamos con la misma cara de extrañeza con la que nos observan cuando reaccionamos ante la carne o el plástico. Sí, la diferencia de problemáticas es abismal.

He pasado 9 días echando una mano en el Campo de Moria de la Isla de Lesvos, ahí donde según los últimos datos, a día de hoy, ya son diez mil las personas que viven. Y viven porque no se puede considerar estar de paso cuando ya llevan 4 años desde que algunas personas entraron, como Abu Arab, un veinteañero sirio que perdió a su madre, padre, 2 hermanas y 3 hermanos en un bombardeo en Siria. La guerra en Siria no ha dejado de expulsar personas desde su comienzo en 2011 y su población ha utilizado, mayoritariamente, esta vía migratoria a través de las islas griegas para entrar en Europa. En su camino atraviesan Turquía, país que sólo ofrece la ayuda humanitaria a 10% de sirios y sirias que huyen de la guerra, cobrando de Europa miles de millones de euros para evitar que las personas migrantes crucen las fronteras. El gobierno turco, para asegurarse cumplir con su contrato europeo y compromiso contrario a los derechos humanos, hace devoluciones en caliente de las familias sirias que intercepta en la frontera turca-siria.

En Moria, los papeles para poder acceder a las ayudas gubernamentales, optar a un trabajo e intentar acceder a una vida como la nuestra, llegan con cuentagotas. Incluso los documentos para poder desplazarse fuera de la isla y optar a un trabajo tardan, al menos, 2 años. Tras un año y medio de espera, Peri y su marido Ali quieren abandonar Grecia, pero no para ir a cualquier otro país europeo, sino para volver al Kurdistan iraquí, de donde salieron buscando una vida mejor. Ésta no es mejor vida que la que tenían antes de arriesgarse a morir (y pagar un dineral a las mafias) 21 familiares que cruzaron en una barcaza desde Turquía hacia la isla griega, fueron arrestados al desembarcar y trasladados a Moria. Pagaron un precio más alto por viajar en un bote con mayor seguridad, no como la mayoría de las 36 mil personas que se tragó el Mediterráneo, según cifras publicadas por UNITED (organización que documenta las muertes en las migraciones hacia Europa), que no pudieron pagar un pasaje más seguro. Siempre ha habido clases.

Pero no todas las personas llegan al campo de Moria de la misma manera. Conocimos a un chico marroquí, sin papeles, al que pilló la policía en Atenas. Como en Grecia no hay CIEs (Centro de Internamiento de Extranjeros) al igual que en el Estado español, le enviaron al Campo de Moria donde espera una oportunidad legal o su deportación. Más de la mitad de las solicitudes de asilo son rechazadas. Él eligió Grecia para probar esa suerte que no le acompañó, pero la mayoría no desean quedarse en los países fronterizos, sino que prefieren los países del norte de Europa, como sus dos colegas palestinos, que pretenden irse a Alemania. El trío solía estar en uno de los cafés a la salida del campo, donde coinciden, pero no se mezclan, voluntarias y voluntarios de ONG y las personas migrantes, quienes pasan las horas sin hacer nada porque, simplemente, no hay nada que hacer. Alguna cerveza se ve en el Café Moria a las primeras horas de la mañana y nos cuentan que por las noches es más que alcohol el que discurre por sus venas. Sin embargo, uno de los chicos gazatíes, muestra orgullosamente sus ediciones de vídeo, repitiendo persistentemente que si hay algún trabajo de montaje visual, estaría encantado de hacerlo. Llevan 5 meses en el campo y escaparon de la cárcel a cielo abierto más grande del mundo, Gaza, la cual colapsará a finales de este año 2019, según el director de operaciones en Gaza de la Agencia de la ONU para los Refugiados de Palestina (UNRWA), Matthias Schmale. Gaza colapsó hace mucho tiempo debido a las políticas de Apartheid y destrucción que ejerce Israel sobre su población.

Después de días aquí, recibimos una invitación de nuestra “Mamma”, una afgana curtida en años y en carácter, que pone orden a la vez que corazón en cada reparto de alimentos en el que colabora. Nos quitamos las chanclas y accedemos a sus aposentos, una de las 3 particiones del container donde viven las correspondientes 3 familias, en sólo unos pocos metros cuadrados. Compartimos un buen trozo de sandía con su hija e hijo menores. Ahora es un salón; será en la noche cuando se convierta en habitación al extender sus sacos en paralelo para dormir. Estos containers metálicos, también llamados isobox, utilizados principalmente para el transporte de productos en barcos mercantes, son transformados en viviendas y ofrecen la mejor opción de entre las tres que existen en el campo, aunque disponen de menos intimidad que las tiendas de campaña. La segunda de las posibilidades es un módulo en el interior de una de las enormes carpas, donde decenas de familias conviven, separadas por los plásticos militares adornados con sellos de la unión europea. La última opción, son las tiendas de campaña familiares, destinadas a las miles de personas que más recientemente llegaron a Lesvos. Lejos de la consideración de hogar, es lo que brindan a las familias migrantes, la unión europea y el gobierno griego, el cual ubicó el campo en las instalaciones de un campamento militar que ha desbordado su capacidad con tiendas de campaña extendidas fuera de sus límites.


El campo lo custodia una empresa de seguridad: G4S, la misma que tiene contratada con el gobierno israelí la vigilancia en las cárceles donde se encierra arbitrariamente y tortura a palestinos y palestinas. Además, militares y policías patrullan por el campamento con la superioridad que le otorgan sus armas. Todos los días vemos, al menos en alguna ocasión, cómo custodian a algún detenido hasta la cárcel del campamento. Sí, hay una prisión en su interior; estar detenido en el campo de Moria es como vivir dentro de una matrioshka rusa, que cada vez que la abres, te encuentras una más pequeña en su interior; un centenar de presos encerrados en celdas, dentro de una cárcel, en el interior de un campo de refugiados, situado en mitad de una isla, en medio del mar. Evidentemente el único juicio al que el preso se ha sometido es al particular del policía de turno. Son estos presos quienes tienen todas las papeletas para ser deportados en cuanto haya un numero suficiente de deportables de su nacionalidad, para fletar un avión que les ponga en manos de sus autoridades, ésas mismas, de las que muchas de las personas migrantes están escapando.

El gobierno griego y el resto de la Unión Europea, parece que no quieren aceptar tener que dar asilo a las personas que cruzan los más de 14 kilómetros que separan Turquía de Lesvos; no es un mal sueño, sino que va a ser permanente y en continua expansión, a no ser que se termine con las guerras, con el negocio de armamento, con el robo de recursos que hacemos los países coloniales a los países colonizados, con la hambruna, con los distintos tipos de violencia, con las diferencias sociales entre las poblaciones empobrecidas de África y Asia respecto a la población opulenta europea,…

Son mayoría la población afgana y no sorprende cuando se echa mano de los datos de violencia en este país, incluso por delante de Siria, según un reciente estudio de la Oficina de la ONU contra la Droga y el Delito. Las matanzas que ejecutan los talibanes son la consecuencia de un país inestabilizado por una guerra en la que participamos todos los estados militarizados a través de la OTAN. La historia de Rayma no tiene que ver con los talibanes, pero sí con una violencia aún más enraizada en la sociedad mundial: la machista. Hace 2 años se fue junto a su madre y su hermana, sistemáticamente maltratada por su marido.

La ONG con la que colaboraba se encarga de repartir el mismo desayuno, casi la misma comida y casi la misma cena diaria a las mujeres, que recogían la de toda la familia. También pueden ser los hombres los que esperen las largas colas y el insoportable calor a la sombra de cartones y carpas, pero generalmente son ellas las que pasan entre 5 y 8 horas diarias sentadas para recoger las 3 raciones familiares de comidas. La espera se convierte en su actividad principal durante el día.

La variedad de nutrientes necesarios, sobre todo derivados de frutas y verduras, brillan por su ausencia, además de la cantidad, en muchas ocasiones, deficitaria. Todo esto provoca enfados, muchas veces derivando en peleas, gritos, empujones y agresiones, con lo que vivimos casi a diario. Por muchas reuniones que se convocaran con los líderes de las diferentes comunidades de los distintos territorios, mayoritariamente de las distintas regiones afganas (aproximadamente 50 hombres y sólo una mujer), nada cambia. Una sensación de impotencia nos atraviesa con cada pelea y se mezcla con las necesidades de las familias y la falta de autogestión de las comunidades, porque son las ONGs e instituciones eurocéntricas las que llevan todo el mando en la organización del campo.

La emoción la ponen los cientos de niños y niñas que nos abrazan en cada saludo, en cada juego, en cada despedida. Esas sonrisas te hacen pensar que sus padres y madres han salido de La vida es bella. Pero se alternan con patadas y puñetazos, que te devuelven a la realidad y descubrir que son totalmente conscientes de vivir en un campo de refugiadas y refugiados donde ven a diario una violencia en sus mayores imposible de contener, en parte por un pasado terrible; por otra parte, por un largo viaje lleno de dificultades; también por un día a día en unas condiciones de vida deplorables y, además, por una desesperanza en un futuro mejor. Aún así, siguen creando vida y lo demuestran las decenas de embarazadas que se colocan en primera fila para recibir su ración de comida; exactamente la misma que para el resto, simplemente tienen prioridad en la posición. Nos preguntamos cómo pueden dar a luz a niñas y niños en esta situación, en esta condición inhumana e injusta, y se me vienen a la cabeza las palabras de Pepe Mújica, expresidente de Uruguay, cuando argumenta que tener hijos e hijas es una de las pocas posibilidades de las personas sinnombre para poder ser alguien, sobre todo de las mujeres.

Munir, las gemelas Samira y Sahara, Mese y su hermanito con su pelota, Nur, los hermanos Alá y Omar de rizos a lo Bisbal, Bahara, Malica,… niñas y niños que llenan de vida el campamento y nos llenan de vida a voluntarias y activistas que deambulamos por allí con la mirada perdida; algunas con aires de estar salvando al planeta y otras con querer evitar sentirse turistas echando fotos a un paisaje desolador.


(1) The anti-austerity movement in Spain, also referred to as the 15-M Movement or the Indignados Movement, began with demonstrations on 15 May 2011 close to the local and regional elections, held on 22 May 2011.