Los muros físicos y mentales de Israel y Estados Unidos sobre Palestina y México

Euskera

Gilberto Conde

Los muros físicos y mentales de Israel y Estados Unidos sobre Palestina y México

Acción contra el Muro en Ni’lin, distrito de Ramala (Crédito: Archivo de Stop the Wall)

Introducción

El presente texto es producto de una reflexión sobre el muro de Israel en Palestina, pero también acerca de los muros en general y, más particularmente, del muro que construye Estados Unidos en la frontera con México. Parte, por un lado, de una experiencia vivencial del autor en el cruce de fronteras, tanto de la frontera norte de México como diversas otras fronteras en América Latina, Europa, África y Medio Oriente, y, por el otro, del estudio académico del Medio Oriente y su relación con el mundo. Así, en el presente texto se discuten las características y funciones de estos muros fronterizos, así como de los efectos ideológicos intencionales de quienes los construyen y un poco acerca de las acciones y reacciones de quienes los experimentan.

La idea de poner en relación la experiencia israelí-palestina con la de la frontera México-Estados Unidos, se debe a que esta última tiene una historia de transformaciones físicas desde su establecimiento como línea imaginaria a la cerca metálica y posteriormente a la muralla, con lo que encarna una vieja historia de territorios fronterizos y muros. Esperamos que el resultado sea sugerente.

Múltiples razones pueden inducir a un país a construir muros fronterizos, pero es notorio que suelen ser los países más poderosos los que los construyen frente a poblaciones menos poderosas. Es decir, rara vez es el débil el que construye una muralla para protegerse del fuerte, sino que es éste el que la erige para limitar las migraciones y combatir las resistencias y, en términos más generales, desentenderse de los efectos que su ejercicio de la fuerza provoca en aquél. Esta tendencia se verifica en el caso de Estados Unidos con México al igual que en el de Israel con los palestinos, de España con Marruecos, Marruecos con los saharauis, Turquía con los kurdos, entre muchos otros ejemplos.

Los muros se podrían clasificar de varias formas. Algunos separan a dos partes de un mismo pueblo, como en Chipre, Corea del Norte y, hasta 1989, Alemania. Otros pretenden mantener alejado a un pueblo que somete, como el de Israel en Palestina, el de Turquía, el de Irlanda hasta hace unos años o el del Sahara Occidental. En otros casos, países ricos los construyen para evitar que demasiados de los pobres que ellos mismos contribuyen a producir fuera de sus fronteras lleguen a su territorio en busca de una vida mejor, como Estados Unidos frente a México o España en Ceuta y Melilla.

Algo parece emparentar a todos los muros. Siempre pretenden establecer y mantener separaciones que no funcionan de manera espontánea. Buscan crear distinciones entre los pueblos y hacer que se conviertan en divisiones permanentes. Por ejemplo, el abismal diferencial económico entre Estados Unidos y América Latina, causado por el intercambio desigual y otros mecanismos más burdos de sujeción, genera un flujo migratorio del lado más pobre al lado más rico. El muro pretende mantener y perpetuar esta diferencia entre ricos y pobres y evitar a cualquier costa que demasiados pobres lleguen libremente al territorio privilegiado. El ejemplo de Israel con Palestina parece distinto, pero no resulta tan diferente si se reflexiona con detenimiento. Aquí, además del diferencial económico, opera el problema de la colonización y la constante expansión territorial israelí a expensas del pueblo palestino, así como la ausencia de un arreglo de paz duradero. Dado que la potencia ocupante se ha rehusado a alcanzar un acuerdo de dos Estados, que permitiera a los palestinos ejercer su plena soberanía dentro de un territorio reconocido, el pueblo oprimido tiende a resistir y considerar que debería vivir con todos los derechos de un solo estado.

Además, las barreras fronterizas tienen funciones de control mental sobre las poblaciones, al establecer diferencias sutiles al definir quiénes son los “unos”, pertenecientes al Estado poderoso, y quienes son los “otros”, excluidos del reino de la libertad y la abundancia. No está por demás aclarar que esta libertad y abundancia pueden ser más quiméricas que reales para la mayoría de los habitantes del lado poderoso, pero esta es parte de la función del control mental al que nos referimos aquí, el de facilitar el control de las poblaciones, todas, no solamente las abiertamente oprimidas y excluidas, aunque estas sufran más de las exclusiones generadas por los muros.

Estados Unidos e Israel ante las fronteras

Sin duda alguna, el muro israelí, en su contexto y objetivos, es distinto del estadounidense, pero esto difícilmente sorprendería a quien sea; lo que llama fuertemente la atención no son, pues, las diferencias, sino que sean tan similares. No se necesita demasiado esfuerzo para observar que el muro fronterizo de Estados Unidos con México es diferente de los muros que Israel ha estado construyendo en Palestina, tanto para establecer separaciones con Gaza como en Cisjordania. Algunas líneas atrás ya se señalaba una primera diferencia; mientras que aquél es de los que dividen a ricos de pobres, éste es de los que pretenden mantener separado a un pueblo en el marco de un conflicto, aunque también hay un diferencial de riqueza entre las dos partes. No obstante, es necesario subrayar varios puntos de comparación contextual, que marcan similitudes y diferencias interesantes.

Estados Unidos, al igual que Israel, tiene una historia de anexión territorial que ha marcado algunas de sus características principales. La Unión americana le arrebató territorios a las poblaciones indígenas y a diferentes Estados en Norteamérica, incluido México, durante el siglo XIX. Esto ocurrió justo antes de una época de expansión capitalista en la que Estados Unidos creció rápidamente con la llegada de migrantes europeos, pero también con el desarrollo acelerado de la industria a gran escala, la agroindustria, la minería, las comunicaciones y el transporte, con el ferrocarril y el telégrafo, así como la banca y las finanzas modernas.

Con México, tras las guerras de hasta mediados del siglo XIX, hubo un entendimiento acerca de la frontera. Sin embargo, la delimitación física no se establecería en el terreno sino hasta finales del siglo XIX y durante el XX mediante los trabajos de la Comisión Internacional de Límites y Aguas.

En Palestina, la historia del proceso es bastante distinta, aunque con algunas características en común con la experiencia estadounidense. Israel, como Estado, comenzó a expropiar las tierras palestinas durante el siglo XX en un proceso que sigue abierto. La idea de una frontera móvil, en expansión, subyace a ambos procesos, al igual que la idea de establecer un Estado-Nación capitalista moderno. En ambos casos, sus dirigentes aspiraban construir estos proyectos a expensas de entornos que consideraban un territorio vacío o, en todo caso, libre para ser capturado. Hacia el Oeste y el Sureste, los colonos estadounidenses estaban ante lo que llamaban frontier y no frente a una border, es decir, no se trataba de una frontera establecida, sino de una zona fronteriza provisional cuya vocación era la de ser expandida a costa de territorios indígenas y de México. En Estados Unidos esto se expresaba en el siglo XIX en la idea del “destino manifiesto” y en Israel, en el siglo XX, con la idea de que las tierras bíblicas debían ser incorporadas al Estado.

Así, en ambos casos, el israelí como el estadounidense, los colonos pretendían controlar a la población nativa para extraerla en la medida de lo posible del ámbito nacional que se estaba creando. En ambos procesos, se concebían a sí mismos como naciones capitalistas, civilizadas, modernas, en pleno desarrollo y que gozaban de un derecho, si no es que obligación, otorgado por Dios, para combatir a las poblaciones nativas preexistentes que percibían como su contrario: como poblaciones atrasadas, si no es que bárbaras y prácticamente inexistentes, y que, por lo tanto, no merecían miramiento alguno.

Estados Unidos se desarrolló como el centro del capitalismo mundial, al que Israel decidió asociarse íntimamente. De hecho, mucho antes de su establecimiento, los líderes de lo que vendría a ser el Estado de Israel por lo general aspiraron, desde los primeros tiempos del desarrollo del nacionalismo sionista, a ligarse íntimamente a cualquiera que fuera el centro del sistema global.

Curiosamente, ambos tienen entornos geográficos que les dan algunas características similares, a saber, que, siendo de los países más ricos del planeta, colindan con territorios en los que grandes sectores de la población luchan por sobrevivir. Esto no excluye el hecho de que los dos tienen grandes poblaciones de pobres dentro de su territorio reconocido, pero curiosamente entre estos se cuentan muchos de los “otros” que viven a su interior. En otras palabras, Estados Unidos tiene un porcentaje importante de población mexicana y latinoamericana, además de otras partes del mundo, e Israel a muchos palestinos, así como inmigrantes africanos y de otros sitios.

La relación colonial de Israel con los palestinos y la neocolonial de Estados Unidos con México genera contextos muy distintos con implicaciones diferentes. En consecuencia, la forma de sujeción de la superpotencia mundial con México y los mexicanos es distinta a la forma de sujeción de Israel con los palestinos. El colonialismo directo implica una relación más violenta de sujeción que neocolonialismo, así como reacciones más exacerbadas por parte de la población directamente colonizada. En la relación neocolonial hay una independencia que permite a los sujetos del Estado dependiente darse sus propias formas de gobierno y elegir a sus propios gobernantes de manera al menos formalmente libre.

Muros y vigilancia

Aunque originalmente por razones distintas, Estados Unidos como Israel se han dedicado a construir muy similares barreras físicas y mecanismos de vigilancia en sus fronteras. Si se ven fotografías de sus respectivas estructuras, se podrán observar numerosas similitudes. Tómense por ejemplo los puestos de control para el cruce de personas. Los estadounidenses como los israelíes provocan largas filas que esperan mucho tiempo, a veces horas, entre barreras de cemento y obstáculos amenazantes, para cruzar. No obstante, las autoridades israelíes argumentan haber construido el muro básicamente para evitar acciones violentas de parte de palestinos, mientras que las estadounidenses aseguran que su motivación fundamental es detener el flujo de inmigrantes indocumentados y drogas ilegales.

Más allá de las semejanzas aparentes y las diferencias explícitas, autoridades y empresas estadounidenses e israelíes colaboran estrechamente en la construcción y operación de sus respectivos muros y mecanismos de vigilancia. La colaboración del Departamento de Seguridad del Territorio Nacional (Department of Homeland Security, DHS) y de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza (Customs and Border Protection, CBP) con Israel queda de manifiesto en el hecho de que estas instituciones gubernamentales estadounidenses han contratado empresas de seguridad israelíes, como Elbit Systems of America, en la construcción de su muro. Otras empresas israelíes, como Elta North America o Magal Security Systems, han expresado interés en participar ellas también en la construcción del muro en la frontera con México.

Asimismo, el Presidente Donald Trump ha invocado el muro israelí como “modelo” a seguir en sus proyectos frente a México, por lo que pretende renovar, reforzar y extender el muro estadounidense a lo largo de la frontera. Al tweet de Trump, el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, respondió con otro tweet en el que declaraba: “Tiene razón el presidente Trump. Construí un muro a lo largo de la frontera sur de Israel. Detuvo toda la inmigración ilegal. Gran éxito. Gran idea.”

En ambos casos, se trata de barreras militarizadas y cada vez más sofisticadas desde el punto de vista tecnológico. El Estado de Israel se ha rehusado a llamar el suyo un muro o incluso una barrera y ha insistido en que se trata de una “valla de seguridad”, afirmando que el objetivo no es aislar a los palestinos, sino garantizar la seguridad de Israel. No obstante, a lo largo de algunos kilómetros se trata realmente de un muro de concreto y, donde las autoridades consideran que el riesgo es menor, han erigido un complejo sistema tecnológico que constituye una auténtica barrera de 50 metros de ancho a lo largo de cientos de kilómetros. En un extremo se compone de una pirámide de alambre de navaja, seguido de una zanja, una elevada valla, seguida de una franja de arena que pueda registrar huellas de quienes hayan intentado cruzarla, un camino pavimentado para el patrullaje, un sistema de cámaras y otros detectores electrónicos, otra franja de arena, una zanja más y otra pirámide de alambre de navajas en el otro extremo.

Estados Unidos, en su frontera con México, ha construido un sistema de barreras que tiene bastantes parecidos físicos con la israelí, a pesar de las diferencias en cuanto a las razones manifestadas para su construcción y uno manteniendo una relación directamente colonial y el otro una relación neocolonial con la población de los territorios que separan.

El argumento expresado por las autoridades israelíes desde 2002 para la construcción del muro es que buscaba impedir las acciones violentas por parte de los palestinos que por aquellos años se habían sublevado en lo que se conoce como la Segunda Intifada. Sin embargo, es muy llamativo que la barrera israelí no está de “su lado”, para proteger lo que podían argüir que era su territorio respecto del que podría pertenecer a los palestinos, sino que está construida en su gran mayoría dentro del territorio que ocupó Israel en la Guerra de 1967 y que, supuestamente, es donde se establecería el Estado palestino en caso de alcanzar un acuerdo de paz sobre la base del modelo de dos Estados. Sin embargo, la imagen más patente que da la construcción del muro israelí es que fue construido no sólo para establecer en los hechos una apropiación de terreno consumado mientras se firmaba un acuerdo de paz, sino en lugar de alcanzar un acuerdo de paz o alguna solución perdurable, lo que sería capaz de combatir la violencia de una manera mucho más eficaz que los muros.

En el caso de Estados Unidos, el muro no siempre ha tenido el aspecto que tiene ahora, sino que las autoridades de ese país lo han ido transformando durante las últimas décadas para convertirlo en una barrera compleja. Lo más absurdo es que este endurecimiento ha ocurrido justamente cuando las relaciones mexicanas-estadounidenses mejoraban para alcanzar niveles nunca antes vistos. No deja de llamar la atención el momento escogido por el régimen estadounidense para reforzar la valla transformándola de cerco en muro, ya que coincidió con la negociación, entrada en vigor y aplicación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA) firmado en 1994. Durante este período se pusieron en marcha las operaciones1 Gatekeeper, Hold-the-line y Safeguard. También se remplazó el cerco de malla por láminas de acero. Estas láminas de acero ya eran un muro, más “blando” que el actual, pero mucho más “duro” que el anterior.

Pareciera, como alguna vez lo señalara Noam Chomsky2, que hubieran estado conscientes de que uno de los efectos de la integración comercial norteamericana, elemento clave de la aplicación del neoliberalismo en la región, fuera a aumentar la pobreza al sur de la frontera, lo que previsiblemente tendría como consecuencia un aumento en los flujos migratorios hacia el Norte desde México y el resto de los países al sur del río Bravo.

Si además se recuerda que todo esto ocurrió muy poco después de la caída del muro de Berlín, al dar inicio la globalización, los argumentos para reforzar la barrera resultan muy sorprendentes. Se afirmaba que la frontera con México era demasiado porosa y ponía en riesgo la seguridad nacional de Estados Unidos. Se omitía que, en la lógica globalizadora, debía ser aún más porosa para las mercancías fabricadas en el ámbito del libre cambio, pero no para las personas. Argumentaban que acechaban riesgos crecientes, como el terrorismo internacional, el tráfico ilegal de drogas o que la violencia existente en México cruzara la frontera.

Así, los años transcurridos desde 1990 han sido los de la transformación de la cerca internacional en barrera. En 2006, durante la administración del presidente George W. Bush, se aprobó la Secure Fence Act, tras observar el ejemplo israelí de la construcción de la barrera sobre el territorio de Cisjordania. El gobierno federal dedicaría miles de millones de dólares a construir una “valla segura”, en realidad un muro, en la frontera con México, reemplazando las ya para entonces férreas barreras erigidas durante la década anterior. De tal manera, incluso antes de que el señor Trump hiciera pública su iniciativa de construir frente a México la “muralla más grande jamás vista”, la frontera entre Tijuana y San Diego, ya tenía una barrera conformada a lo largo de decenas de kilómetros de una serie de tres muros, intensas luces, detectores de movimiento, equipo de visión nocturna, camionetas todo terreno y helicópteros de combate.

El objetivo de los muros

Sin duda, las barreras, la israelí como la estadounidense, tienen por objetivo impedir el libre tránsito de los colonizados o los habitantes del país dependiente y seleccionar en una forma eficiente qué, quién y cuándo pasa de un lado a otro,. No obstante, más allá de esta meta relativamente obvia, se trata de un complejo físico y tecnológico que forma parte del dispositivo de seguridad de estos Estados para el manejo biopolítico de poblaciones, tanto las que habitan dentro como fuera de su territorio.

La pobreza se ha incrementado al sur de la frontera mexicana-estadounidense desde la firma del Tratado de Libre Comercio, lo que ha significado un flujo constante de migrantes a pesar del endurecimiento del control fronterizo durante el mismo período. En Israel, el objetivo también se centra en prevenir que el colonizado, como el neocolonizado del caso americano, cruce libremente hacia el Estado que ha construido el muro, de manera que los representantes de Israel sean los que escojan y decidan quiénes pasan. Lo mismo sucede con las mercancías; ya se mencionaba antes que el muro no busca evitar su cruce, sino controlar cuáles y bajo qué acuerdos pasan. Tampoco pretenden detener el tráfico de toda mercancía ilegal, sino sólo de aquellas que decide quien construye el muro. De tal manera, la CBP evita que crucen drogas ilegales de México hacia Estados Unidos, pero no le importa vigilar si hay tráfico ilegal de armas del Norte hacia el Sur. Así, mediante los muros, con todos sus elementos, intentan controlar y filtrar para determinar ellos qué incluyen, qué excluyen, en qué medida y en qué sentido.

Pero los muros son mucho más que filtros, por importante y cuestionable que esta función pueda ser. También constituyen fuertes símbolos del poder del Estado constructor de barreras sobre las poblaciones, propias y ajenas. Así, es fundamental subrayar que con la construcción de muros se busca sublimar ciertas reacciones psicológicas producidas por el muro, un elemento físico, en un acto de gubernamentalidad, para tomar prestada la expresión de Michel Foucault. Con estas barreras, se busca reforzar en la mente de las personas lo que Edward Said llamaba “geografías imaginarias”3. Un poder, generalmente un Estado, en conjunción con una clase dominante podríamos agregar, deslinda un territorio y define a un conjunto humano como el “nosotros” con pleno derecho de pertenencia y a todos los que están afuera de dicha delimitación como “los otros”. Se trata de una antípoda mutuamente dependiente.

De tal manera, los muros son actos de geopolítica pura. En el opuesto intelectual de Said, Samuel Huntington era uno de esos académicos del poder que se concebía a sí mismo como productor de discursos geopolíticos para beneficiar a Estados Unidos y la civilización Occidental, que concebía de una manera bastante particular. Huntington, en dos de sus libros más importantes4, propuso reforzar las geografías imaginarias entre, por un lado, lo que definía como civilización occidental y la identidad estadounidense en la creación de un ámbito del “nosotros” y, por el otro, los musulmanes o los chinos, en un caso, o los mexicanos y latinoamericanos, en el otro caso, como “los otros”.

Estas geografías imaginarias, tienen fuertes efectos ideológicos. Los muros se convierten en poderosos instrumentos para la reproducción de las distinciones entre seres humanos como esencialmente diferentes, como “razas” que no se deben mezclar. Los muros buscan inducir en nuestras mentes esa cartografía imaginaria, imbuyendo en los individuos concepciones de pertenencia y alteridad, íntimamente emparentadas con el racismo.

Es importante observar cómo altas esferas del poder otorgan atributos a los muros que mandan construir con el objetivo de producir ciertos efectos ideológicos entre los miembros de la comunidad incluida y los efectos contrarios en la o las comunidades excluidas o incluidas con reservas. Quizás se puede exponer esto de forma más explícita. En Estados Unidos, la presidencia de Trump busca que el muro físico erija un muro mental en los blancos de modo que se sientan reivindicados como los auténticos integrantes de la Nación estadounidense. Pretende que, del lado opuesto, la gente que no ha de formar parte de esa comunidad según su definición, se sienta excluida de la Unión americana. En Israel, los poderosos parecen tener una ambición análoga con el muro físico, la de crear barreras mentales de inclusión y exclusión, en la que los judíos han de sentirse parte entera de la comunidad y los palestinos deben sentirse excluidos, que no caben, que no encajan, que no pertenecen.

Los efectos mentales de los muros podrían ir aún más lejos, en sentido literal y figurado e inducir geografías imaginarias en la gente más allá de las territorialidades físicamente divididas por los muros. El efecto psicológico puede afectar a los individuos independientemente de dónde vivan o si han estado alguna vez frente al muro o no. El efecto psicológico de exclusión, de alteridad, va a actuar sobre una mexicana o mexicano independientemente de que viva del lado norte o del lado sur de la frontera. En ambos casos, el muro le hará sentirse excluida, que no pertenece y que no es plenamente bienvenida. Lo mismo ocurre con las palestinas y los palestinos. La barrera les va a generar esa sensación de alteridad, de “yo no soy parte de…” vivan dentro de Israel o en Cisjordania o Gaza, o incluso en la diáspora. En el polo opuesto, estas barreras tenderán a dar una sensación de inclusión, de identidad “americana”, al estadounidense blanco, o israelí, al judío de Israel, de ser auténticos integrantes de su comunidad, sin importar dónde vivan. Por supuesto, las barreras físicas no actúan solas en la producción de este efecto; son tan solo una serie de elementos que se agrega al complejo dispositivo de seguridad y control del poder, que incluye muchos otros elementos físicos, legales e ideológicos. En este sentido, habría que incluir, por supuesto, la Ley de la Nación israelí o las leyes de migración y las prácticas de identificación racial en Estados Unidos.

Dicho de otro modo, estas barreras físicas, tecnológicas y militares, además de filtrar y decidir quién puede pasar, aspiran a inducir muros mentales en los individuos para que acepten y reproduzcan una situación de segregación y separación, de distinción del otro, lo que además transmite implicaciones de superioridad e inferioridad. Por supuesto, no actúan solas, sino, para citar a Michel Foucault (1977)5, como parte del dispositivo, es decir en conjunto con una serie de “discursos, instituciones, instalaciones arquitectónicas, decisiones reglamentarias, leyes, medidas administrativas [que] pertenecen tanto a lo dicho como a lo no dicho.”

La experiencia del muro con todas sus derivaciones –los puntos de control, las filas para cruzar, los agentes fronterizos, tener familiares y amigos del “otro lado” o deportados, o recluidos en centros de detención, o incluso escuchar noticias acerca del muro o de la separación de niños de sus padres por el supuesto crimen de haber cruzado sin documentos– contribuye a hacer que el mexicano o el latinoamericano se sienta foráneo. No importa que esté trabajando la tierra en California, Texas o Nuevo México, esté limpiando edificios en Chicago, Los Ángeles o Nueva York, o sea profesor o ingeniero en cualquier parte de Estados Unidos, o incluso que viva cerca de la frontera y tenga que cruzar de un lado a otro para ir a la escuela, hacer compras o visitar familiares, la experiencia directa o indirecta del muro le va a inducir sensaciones de que no es un integrante de pleno derecho de la comunidad.

Asimismo, la experiencia o incluso las noticias del muro israelí y sus derivaciones –los puestos de control, el abuso policiaco y militar, las horas de espera para cruzar, las vejaciones cotidianas, la imposibilidad de acceder libremente a sus tierras o el pozo de agua que están “del otro lado” o simplemente caminar junto a él– se agrega al resto del dispositivo colonial para producir un efecto similar de alterización, de transformar a la persona palestina en ajena, en “el otro”, en alguien que no pertenece, que no tiene su lugar en esas tierras. Como en Norteamérica, es bastante irrelevante de qué lado del muro hayan nacido, vivan o trabajen, tengan pasaporte israelí o de la Autoridad Palestina o incluso si viven en Nueva York, Santiago de Chile, Sao Paulo, San Pedro Sula, Londres, Beirut, Damasco o Amman. El muro es construido también para inducir en todos ellos el mismo sentimiento de otredad.

Resistencias

Las diferencias entre los muros de Estados Unidos y el de Israel son bastante evidentes y vale la pena entenderlas, pero resulta mucho más aleccionador observar las similitudes que a menudo pueden ser más sutiles pero que están muy presentes a pesar de la diferencia de contextos y de las razones esgrimidas para su construcción.

Afortunadamente, las resistencias a los muros –ya sea en su aspecto de filtro biopolítico o de elemento del dispositivo de seguridad y gubernamentalidad con toda su carga simbólica– son numerosas y diversas. La batalla es ardua, porque muchas veces aparecen líderes políticos o ciudadanos que tienen éxito en potenciar la introyección mental de los muros. En Tijuana, por ejemplo, el alcalde Juan Manuel Gastélum, de derecha y alentado por el ejemplo de Trump, logró movilizar a parte de la ciudadanía contra la Caravana Migrante proveniente de Honduras en 20186, infundiendo temores y racismos para separar a los mexicanos de los centroamericanos o incluso de otros mexicanos. Afortunadamente su éxito fue limitado y perdió la reelección el año siguiente.

Es muy difícil que la población logre derruir un muro; de lo contrario habría cada vez menos, cuando que sabemos que hay cada vez más muros en el mundo. En Berlín, se logró tumbarlo a marrazos hace más de tres décadas producto de una sublevación masiva que tomó al muro justamente como claro emblema de la opresión. Millones de migrantes se han burlado del muro estadounidense desde hace años logrando cruzar a pesar de todo, así como miles de haitianos, hondureños y centroamericanos que lo han cuestionado desde 2015 con acciones conspicuas.

Más allá de la política organizada, hay una serie de acciones de los colonizados y los neocolonizados, e incluso de algunos sujetos dentro de la sociedad colonizadora o neocolonizadora, que oponen resistencia a los muros y se esfuerzan por desmantelarlos, al menos simbólicamente. Esto ocurre en Palestina ante la barrera israelí así como en México frente a la estadounidense.

No obstante, aquí nos gustaría destacar cierta forma de acción contra los muros que también emparentan a lo que ocurre en México frente al muro de Estados Unidos con lo que sucede en Palestina frente a los de Israel. Sin duda, no es la única, pero es particularmente llamativa por su fuerza emblemática. Habitantes jóvenes – o no tan jóvenes – así como artistas locales y extranjeros, utilizan su imaginación y creatividad para derribar simbólicamente los muros. Plasman graffiti o arte mural urbano sobre su superficie, y con frecuencia lo hacen para deconstruirlos. Aunque la deconstrucción se da no únicamente mediante intervenciones artísticas, sino también con acciones políticas y sociales o mediante la micro resistencia de la vida cotidiana, el arte sobre los muros tiene una fuerza particular. Las producciones artísticas son capaces de poner claramente en evidencia lo que los poderosos intentan esconder y acallar.


1 Timothy J. Dunn, José Palafox, “Handout 4.1 – Militarization of the Border”, UUA Immigration Study Guide , Unitarian Universalist Association, 2005.

2 Noam Chomsky, “El Momento unipolar y la era de Obama”, Conferencia , Sala Nezahualcóyotl, Universidad Nacional Autonoma de México (UNAM), Ciudad de México), 21 de septiembre 2009.

3 Edward Said, Orientalism. Penguin, Londes, 2003 (1978), pp. 49 y ss.

4 (1) S. P. Huntington. The Clash of Civilizations and the Remaking of World Order. Simon & Schuster, Nueva York, 1998. (2) S. P. Huntington. Who Are We: The Challenges to America’s National Identity. Simon & Schuster, Nueva York, 2005.

5 Michael Foucault. “El juego de Michel Foucault”, en Saber y verdad, pp. 127–162. (Madrid:La Piqueta, 1991)

6 Elías Camhaji,“El alcalde de Tijuana arremete contra la caravana de emigrantes”, El País, 17de noviembre 2018.