Caravana Abriendo Fronteras: Ceuta y Melilla
Una parte del muro en Ceuta, 2019. (Créditos: Oli Oliva)
La caravana Abriendo Fronteras llevó este verano, una vez más, a cientos de personas de varios lugares del mundo, a los límites con nuestra vecina del sur, Marruecos; una actividad extraordinaria de la sociedad civil que viene a suplir la falta de acciones de hermandad por parte de las autoridades. Año tras año caras amigas, caras no tan conocidas y caras nuevas nos sumamos a este viaje en autobuses y ferris que nos transportan hacia distintas zonas de la Europa Sur, donde se mezclan personas que escapan de lo malo conocido y gente que niega lo bueno por conocer. En el trayecto Algeciras – Tarifa miramos hacia el mar y distinguimos a lo lejos las montañas que rodean Tánger. Preguntamos entre la población local si conocen Marruecos, tan a la vista en días claros, y nos sorprendemos cuando comprobamos mínima la proporción que dice haber pisado África. Nos enseñaron a mirar sólo al Norte.
Queremos entender los motivos de las migraciones, las realidades de las fronteras y el devenir de las personas que buscan cambiar su destino. Nos cuestionamos qué es lo que hace que las personas dejen una vida para vivir otra en un lugar ajeno de costumbres diferentes, donde distinguen el rechazo entre muchas de las miradas que se cruzan con las suyas. Desde la Caravana Abriendo Fronteras necesitamos dar una respuesta de denuncia ante una injusticia que se nos presenta cercana, porque hemos tomado consciencia de las realidades que nos muestra a escondidas este sistema y sobre las que no tenemos poder de intervención, aunque votemos cada cuatro años en una urna de nuestras desfiguradas democracias. ¿Democracias?
El lugar
Al sur de la frontera sur española se encuentran Melilla y Ceuta, dos ciudades enclavadas en el norte de Marruecos, ambas con titularidad española desde la época colonial (1497 y 1580 respectivamente). Estas dos ciudades rompen la dicotomía entre la tradición de poblaciones fronterizas, de hermandad entre sus vecindades, y las sociedades coloniales, discriminatorias con las nativas. Por una parte, las ciudades fronterizas, tradicionalmente, han tenido un gran intercambio comercial; las necesidades de un lado, eran provistas por el otro lado de la frontera e igualmente de manera recíproca, lo cual favorece las buenas relaciones entre ambos poblados. Por otra parte, las sociedades coloniales, históricamente, han sido racistas; tenemos claros ejemplos en colonizadores y sionistas en regímenes de Apartheid, tanto en Sudáfrica como en Palestina. Ceuta y Melilla son a su vez ciudades coloniales y fronterizas, y eligieron la posición imperialista, aunque relucen muchas personas comprometidas.
Con ellas recorremos el paseo marítimo de Ceuta bajo un sol de justicia, ésa que se echó tanto en falta cuando el 6 de febrero de 2014, la Guardia Civil española disparó pelotas de goma y botes de humo a un grupo de africanos que intentaba alcanzar el Tarajal a nado. 15 de ellos murieron y les recordamos en la playa que se tragó sus sueños. La justicia absolvió a los pistoleros. Quienes consiguieron llegar a la costa, fueron expulsados directamente por esa Guardia Civil que, además de omitir el socorro a personas que se estaban ahogando, vulneró la Ley de Extranjería y los tratados internacionales. Un año y medio después, el Congreso de los Diputados legalizó las devoluciones en caliente mediante la aprobación de la Ley de Seguridad Ciudadana, llamada Ley Mordaza en alusión a las restricciones en el derecho a manifestación. Estos son nuestros poderes judicial, ejecutivo y legislativo, todos alineados con el sistema mientras la mayoría de prensa y profesorado siguen empeñados en convencernos de la independencia de poderes.
Ceuta y Melilla son dos ciudades con una misma distribución urbanística y social: centros urbanos de lujosos edificios y aires de grandeza, donde vive la población de origen peninsular, mayoritariamente personal funcionariado de administración, policía, ejército, sanidad y educación. Rodeando este centro de la ciudad se sitúan los barrios empobrecidos, donde vive la mayoría de la población de origen magrebí o rifeño. Además, en la comunicación se hace aún más patente esta diferencia social, cuando se refieren a moros y cristianos según el origen de cada cual, como si vivieran aún en la época de las cruzadas, como si la diferencia más importante entre dos vecindades fuese el Dios ante el que se arrodillan.
Un paseo por la barriada ceutí de El príncipe, nos descubre la realidad cuando la comparamos con en el centro de la ciudad. Nada que ver, ¿cómo puede haber dos mundos tan distintos y tan cercanos a su vez? La diferencia no es por religiones, es por raza y clase.
Las fronteras
Nos acercamos a la valla y al tocar la malla metálica, imaginamos ese salto imposible, intentando empatizar con quien tiene tanto coraje y destreza para, además de saltarla, sortear a la guardia civil que espera porra en mano. Por mucho que nos mimeticemos con este decorado enrejado, no conseguimos sentir lo que se padece en lo alto del mismo. El muro español lo conforman dos vallas de 7 metros de altura, una de ellas coronada con concertinas de afiladas cuchillas. Al otro lado, Marruecos, ese Estado dictatorial y opresor, en especial con las poblaciones rifeñas y saharauis, ejerce violencia a conveniencia con campamentos de migrantes que subsisten en las cercanías de los pasos fronterizos. El rey de Marruecos Mohamed VI cobra cantidades multimillonarias de Europa y del Estado español para controlar a la población migrante en sus márgenes; así es como Europa y España contratan la violación de derechos humanos.
Las instituciones
En Ceuta y Melilla no hay campos de refugiados, en cambio sí hay CETIs (Centros de Estancia Temporal de Inmigrantes). Estas antiguas cuadras reconvertidas en instalaciones para migrantes, son herméticas y casi invisibles para la sociedad. Quienes a su llegada cantan ¡boza! pronto descubren que su significado de ¡victoria! no es como el que imaginaron. La Guardia Civil les escolta hacia el CETI donde permanecen meses o años hasta conseguir la documentación que les da acceso a entrar en un programa estatal de ayuda a personas migrantes.
Existen dos CETIs en el Estado español, uno en Ceuta y otro en Melilla, los dos igualmente gestionados por el Ministerio del Interior y organizados en su interior por organizaciones no gubernamentales y empresas. Preparados para medio millar de personas, llegan a soportar hasta el doble de su capacidad.
No nos permiten entrar al CETI, pero en las inmediaciones podemos hablar con varias de las personas que viven en su interior, sólo accesible para el funcionariado público o personal de Cruz Roja, Accem o Eulen. ¿Por qué tanto secretismo? El silencio también se compra. Estos organismos obtienen contratos millonarios por programas de sanidad, alimentación, educación, limpieza y seguridad en los CETIs.
Las personas
Entre lenguajes universales y traducciones, percibimos emociones encontradas: por un lado, felicidad por haber llegado a la última fase de sus largos viajes; por otro, frustración al saber que les queda aún un largo camino hasta tener la posibilidad de alcanzar una vida digna, la cual creían al alcance de sus desolladas manos en el momento de pisar territorio europeo; por último, indignación en su día a día, viviendo un trato discriminatorio, un hacinamiento y una permanente espera de un papel donde no se escriben sus historias de novela dramática.
Durante la estancia en los CETIs, las mafias aprovechan para captar mujeres, ofreciéndoles su ayuda interesada: viaje a la península y trabajo; acabarán en los burdeles del Raval o en las carreteras de las afueras de Madrid. Las redes de trata de mujeres (captación, transporte y explotación sexual), no pierden ocasión para sacar tajada de la situación.
Muy cerca de los pasos fronterizos de Ceuta y Melilla se encuentran unos polígonos comerciales donde se produce un fenómeno muy singular, un negocio ilícito que ocurre ante la mirada complaciente de la Guardia Civil y Policía Nacional españolas. Los comercios ceutís y melillenses reciben productos europeos y chinos, con tratados comerciales ventajosos, que venden por paquetes, transportables por personas, a comerciantes marroquíes que esperan la mercancía al otro lado de la frontera, ahorrándose las tasas aduaneras del comercio al por mayor. Las víctimas, las de siempre, las Porteadoras: mujeres explotadas que se encuentran en mitad de este lucro empresarial de compra-venta que, lejos de cumplir con la legalidad comercial, las explota haciéndoles cargar hasta 80 kg a la espalda por cada porte, sin ningún tipo de contrato ni derecho laboral. Sin embargo, estos lastres no son nada comparados con las cargas policiales que reciben y las cargas familiares que soportan. El peso de la marginalidad, la pobreza y el patriarcado son infinitamente superiores al volumen del bulto. Las porteadoras, además de ser apaleadas por la policía nacional española para organizar el paso fronterizo, es clase obrera empobrecida de la sociedad rifeña, siendo sus salarios el único sustento de sus hogares, de los cuales se tienen que hacer cargo al terminar cada jornada laboral.
Nos colamos en una de las tiendas melillenses de venta e intentamos coger uno de los bultos, pero no conseguimos levantarlo un palmo del suelo. Una de las porteadoras, viuda que aparenta tener edad de jubilación, entre lágrimas llenas de rabia, nos cuenta su necesidad de trabajar y conseguir el dinero para comprar las medicinas que su hijo dependiente necesita. Entre dos comerciantes cargan la tela repleta de productos, a modo de mochila, a su espalda. Sabe bien que una vez encima de ella, no podrá soltar su fardo hasta cruzar el paso fronterizo, donde le espera la contraparte comerciante. Gracias a este comercio atípico, Ceuta, Melilla y sus comerciantes se embolsan cientos de millones de euros mientras oprimen los encorvados cuerpos de las porteadoras.
Antes de coger el ferry de vuelta, despedimos a adolescentes que han venido a decirnos adiós. Que fácil nos resulta tomar un barco y volver a nuestros lugares de origen, cuando para estos chicos y chicas supone una quimera. No pueden comprar un ticket y montarse en el ferry que les lleve al mundo opulento, por lo que los más osados, esquivando a la policía portuaria, se cuelan en el puerto con nocturnidad, intentando subirse a los bajos de algún camión o, directamente, trepando alguna de las cuerdas de amarre de algún ferry, apostando su vida a su destreza. Abdo, Abdel y Hachim, tres veinteañeros que se colaron de esta manera, nos enseñaron orgullosos su hazaña inmortalizada en un vídeo. Varias muertes se han contabilizado por esta vía a la desesperada, a la que llaman risky en referencia a una acción aventurada y riesgosa.
Mientras esperan al día del risky, vagan por las calles, durmiendo en cualquier esquina o en las mismas escolleras del puerto en una situación de vulnerabilidad, perseguidos de una parte, por la policía y, de otra, por escuadrones organizados de jóvenes cristianos que les persiguen para apalearles. Centenares de menores y jóvenes no escolarizados y viviendo en las calles, totalmente desprotegidos por una Administración Pública que mira sólo hacia donde le conviene.
Ceuta y Melilla son dos lugares anómalos que poca gente conoce, donde se vive una realidad de la que somos responsables pero que nos es ajena. La Caravana Abriendo Fronteras y todas las personas que hemos formado parte de ella en algún momento, no dejaremos de denunciar estas situaciones de injusticia social, creadas directamente desde los Estados que se hacen llamar democráticos.